Todos te hablan de Brujas, pero Gante es casi superadora. Es el secreto mejor guardado de Bélgica: con todo lo que te promete Brujas, la cuarta parte de gente y una argentina que fue empujando su proyecto de restaurante de carne.
Cuando estás en el noroeste de Europa, haciendo doble clic en las ciudades de los alrededores a las capitales, le contás a alguien -los que conocen- que tenés a Brujas en el itinerario y sus cabezas asienten, te alientan, pero inmediatamente te indican: “Tenés que ir a Gante”. Cuando el dicho se te hace letanía, aparece la historia de una compatriota que te convence.
Lorena Esquivo (casi 50 años) nació en la Ciudad de Buenos Aires, pero vivió siempre en zona sur, en Avellaneda, con sus padres, ambos uruguayos, y su hermano menor.
Gracias al inglés aprendido en su infancia, de adulta pudo entrar a trabajar en una empresa argentino-belga, donde conoció a su ex esposo en 1995. Por él, dejó sus estudios y un sueño: ser abogada. Se dedicó a acompañarlo en sus viajes de trabajo, hasta que se asentarse en Bélgica.
Unos años después se divorció y conoció a su actual pareja, Tom, con quien concretó su sueño: un negocio propio, Argenvino.
“Era un bar de vinos argentinos con empanadas, en el centro de Gante”, explica.

Los comienzos no fueron fáciles, pero gracias a un artículo en el diario local y el típico boca a boca, después de unos duros meses, empezó a mejorar.
“Las empanadas no eran seductoras para los locales hasta que las probaban, pero empezamos a ofrecer carne argentina, y eso sí enganchó al público”, confirma. Siempre con el tinte argentino, y hecho por sus propias manos. En 2017 Lorena fue mamá otra vez, mientras lidiaba con repulgues y cortes de bifes.
Casi de casualidad, en medio de la pandemia, un local grande, justo enfrente de su pequeño espacio de empanadas, cerró. Junto a Tom vieron la oportunidad de la mudanza.

Otra vez fueron momentos desafiantes, no solo para ambientar el local, sino por algunos problemas personales, «principalmente con el contador, que casi nos lleva a la quiebra -recuerda-. Lo superamos trabajando muchísimo».
Hoy lidera un negocio exitoso, pero no para de trabajar: “son muchas horas seis o siete días a la semana -explica-. Tom y yo somos el restaurante, nos encargamos de todo”.
Tom es el belga asador que aprendió todos los trucos y saca puntos y cortes como si estuviera en San Antonio de Areco. En el salón está Lorena que te sirve desde provoleta hasta flan con dulce de leche y lo curioso es que todo sabe como en casa.

Después de pasear en alemán, francés, neerlandés o inglés, arribar a una carta que te sabe a tu lengua es acogedor: bife angosto, chimichurri o tira de asado se completan con Don Pedro o queso y dulce.
La estrella es el postre final: 180 gr. de bife ancho argentino con chimichurri, «porque se puede -dice Lorena-. ¡Y es de lo más pedido!”.

El corazón medieval
A la puerta del negocio de Lorena se abre el centro histórico de la ciudad. Tal como todos te advierten antes, merece darle un lugar en tu recorrido. De hecho, si vas a Gante antes, y luego a Brujas, ésta no te va a sorprender del mismo modo.
Cerca de Ámsterdam, Gante tiene una antigua tradición neerlandesa y dos ventajas interesantes: todo está a la mano y hay bastante menos turistas que en Brujas.
Gante es una ciudad tranquila, segura, preciosa, con mucha cultura. Siempre activa, gracias a su condición universitaria que atrae estudiantes de todo el mundo.

“Es difícil que no haya algo para hacer -sugiere Lorena-. Se puede combinar ocio, gastronomía, cultura, tradición e historia. Vale la pena visitarla, en cualquier momento del año”.
Durante las dos guerras mundiales apenas fue bombardeada, lo que le ha permitido conservar gran parte del patrimonio histórico. El perfil de la ciudad reúne en su corazón una seguidilla de torres y canales a tamaño humano. El Campanario Municipal o Torre de Belfort (11 €, lunes a domingos de 10 a 18), la Catedral de San Bavón (gratis) y la Iglesia de San Nicolás (gratis), todo presidido por el dragón símbolo de la ciudad, colocado en la torre en 1377.
La Lonja del Paño, justo pegada al Campanario, fue finalizada en 1907 con estilo gótico brabantino, en la esquina se encuentra la ex casa del carcelero, quien cada domingo entre las 11 y las 12, pone en acción el campanario. Los sábados por la noche se ofrecen conciertos de carillón. En la Iglesia de San Nicolás se puede subir a su torre (ascensor desde el primer piso) para tener una magnífica vista de toda la ciudad.

El hito artístico de Gante se esconde en la Catedral de San Bavón (visita a la obra lunes a sábados de 9:30 a 17, domingos de 13 a 17 en verano; lunes a sábados de 10:30 a 16, domingos de 13 a 16 en invierno).
Se trata de “La Adoración del Cordero Místico”, de los hermanos Van Eyck, de 1432, considerada una de las mejores obras de arte del flamenco del mundo. Está pintado sobre 18 paneles de roble cubiertos de finas capas de una mezcla de tiza y cola de origen animal.
Entre sus canales se impone una fortaleza puertas adentro de la ciudad: el Castillo de los Condes de Flandes (€ 13 todos los días de 10 a 18). Es el único con foso de su tipo que queda en pie en Flandes con un sistema de fortificación prácticamente intacto. En su interior, el gabinete del verdugo protege una colección única de instrumentos de tortura.
El Puente de San Miguel es el sitio perfecto para quedarte perplejo, pellizcarte y confirmar que efectivamente estás viendo lo que hay delante de tus ojos.
El Graslei y el Korenlei con la Antigua Lonja del Pescado (el sitio al que llegaban los barcos en el pasado, y donde hoy se reflejan, en las dos orillas, las casas sobre el Lys), el Castillo de los Condes de Flandes en la lejanía, la Iglesia de San Miguel, la parte trasera del Pand (el antiguo monasterio de los dominicos con un único baño exterior para todos los monjes) y las 3 icónicas torres de Gante en fila. Este es el sitio exclusivo desde el que pueden instagramearse en una sola toma.
Allí no más, a su vera, está The Post, construido sobre las ruinas de un antiguo almacén de estilo Luis XIV, que fue la casa del correo desde 1898 enclavada en el cruce de caminos central de la región.
Hoy se reconvirtió en un hotel que es un monumento. Un ejemplo perfecto de cómo reimaginar un tiempo sin perder la esencia. The Kitchen y The Cobbler son el restaurante y bar, respectivamente, que permiten acodarse mirando el centro de Gante mientras se disfruta de un momento gourmet.
Un clásico, con cierto tono de modernidad en su concepto, aunque datan del medioevo, son los beaterios. Se comenzaron a constituir a partir del siglo XIII para las mujeres que deseaban apartarse de la existencia mundana para llevar una vida devota en conjunto pero sin tomar los votos religiosos.
Santa Isabel (reúne tres templos: uno católico, uno ortodoxo y uno protestante), Nuestra Señora Ter Hoyen (de 1235) y el Gran Beaterio de Santa Isabel (donde llegaron a vivir 600 mujeres) son los tres ubicados en Gante que ofrecen un recorrido calmo por las calles adoquinadas y pocos concurridos espacios verdes.
La ciudad es muy acogedora, tiene un ritmo sereno. Cada rincón invita a elevar la vista. Conserva aún más historias de argentinos.
Podés visitar la galería de arte de Cecilia Jaime que ya es un clásico, pero también podés probar Goya, de Martín Retamozo, para degustar alfajores o chipás.
No podes dejar de comprar los cuberdon o gentse neuzen, las “narices de Gante”, un dulce de fruta bañado en chocolate con forma de cono. En la curva del centro histórico hacia el puente y el Slachthuis (mercado del ganado) se estaciona un carro donde podés comprar los mejores.
No te pierdas pasar por una muy pequeña tienda que es el reino de los dulces: Temmerman Confiserie. Arriesgate y probá. Tienen una variedad que se llaman literalmente “cara de ácido”.
Perdete, déjate llevar, levantá la cabeza, entrená la mirada y ajustá la cámara.